La conformista by Alba Dedeu

La conformista by Alba Dedeu

autor:Alba Dedeu [Dedeu, Alba]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2024-02-01T00:00:00+00:00


V

Cuando parece imposible que las cosas se compliquen todavía más, siempre pueden llamar una noche cualquiera a la puerta. Estábamos poniendo la mesa para cenar, hacía cuatro días que comíamos pollo al ast y un poco de samfaina, yo me acostaba con una sensación de pesadez cada día mayor, completamente agotada. Por suerte, Mariona ya iba y venía sola del instituto y la escuela de baile, Laia también iba y venía sola del instituto y la academia de inglés. Le costaba mucho el inglés; la mayor decía que a ella no le había costado nunca gracias a las canciones de funky y hip-hop que había aprendido todos esos años, y yo callaba, Si al menos hubieras aprendido las de Madonna que te cantaba cuando eras un bebé y llorabas por la noche, Madonna tenía un poco más de gracia que esos tíos con chándal y cadenas de oro, pero qué le vamos a hacer, puede que tengas razón. Salía de buena mañana y me iba a casa de mi madre: hacía una semana que la habían operado de la rodilla, no se podía mover demasiado, le preparaba la comida, le limpiaba la casa, ella lo había hecho por mí unos cuantos meses atrás, cuando yo me había pasado dos o tres semanas vomitando y mareada. Esa mañana habíamos salido un rato, ella con el bastón y cogiéndome del brazo. Era un día típico de principios de mayo, soleado y cálido. Nos habíamos sentado en un banco de la calle de la iglesia, mirando los jardines, las florecillas delicadas de jazmín azul como nubes de mariposas quietas, la buganvilla fucsia que asomaba por encima de las vallas. Era el día que yo empezaba la semana treinta y dos de embarazo: un solo error de cálculo en toda mi vida de mujer fértil y ¡pum!, otra niña, quince años después de la primera. Mariona y Laia estaban contentísimas, eso sí, y entre las dos decidieron, escogiendo entre los cuatro nombres que les habíamos propuesto, que se llamaría Cèlia. Yo había empezado a tener cuidado con la comida tan pronto como se me pasó el susto de la noticia, pero la rodilla de mi madre me había desorganizado los horarios y la dieta, y aquellos días era pollo y más pollo. Algunas noches Pere preparaba ensaladas, verdura al vapor, cosas así, y yo se lo agradecía. Él también había encajado que volvería a ser padre a los cuarenta con un poco de perplejidad, de vez en cuando se le veía inquieto, en general contento. La tienda nos iba bastante bien. Habíamos contratado a un ayudante, un ecuatoriano joven que se llamaba Esteban, para que me fuera sustituyendo, ahora yo solo despachaba un rato a mediodía, al cabo de una o dos semanas lo dejaría del todo. Esteban era un muchacho inteligente, aunque timidísimo, y enseguida aprendió a hacerlo todo bien. Nosotros también lo haríamos bien, ¿no? Lo que habíamos hecho con dos hijas lo podríamos hacer de nuevo, ¿no? Aunque fuéramos más viejos. Y estábamos bien, estábamos realmente bien.



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